Casi exhausto después de tanto caminar bajo el sol inclemente, decido tenderme un rato en el pasto. A mis espaldas, La Moneda bulle de actividad. Lentamente me recuesto, ni muy lejos ni muy cerca de los otros, que me observan con cierto recelo. Yo los miro parpadeando con con el único ojo bueno, y mientras trato de evitar la embestida de las pulgas, rascándome con inusitado frenesí, me pregunto dónde diablos estarán mis amos, y si aún me extrañarán.
3 comentarios:
Oh... muy chileno, muy santiaguino el texto. Me ha conmovido, y traído a la memoria la matanza de perros que hubo en las cercanías de la moneda hace ya algún tiempo.
Saludos, Pablo.
muchas gracias... aun me pregunto donde estara mi perro... :(
patiperreando de seguro. Los perros siempre se las arreglan muy bien.
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