Cada vez que iba a ese obscuro bar, le pasaba algo fuera de lo común, terminaba con moretones reales o imaginarios, veía peliculas sin sonido, perdía el conocimiento o lo encontraba, se caía y se ponía de pie sin que nadie se diera cuenta, le arrojaba agua en la cara a alguna borracha escandalosa, hablaba de Victor Jara y de Khalil Gibrán confundiéndolo con Rabindranath Tagore, enviaba mensajes telefónicos que en su sano juicio jamás enviaría.
El bar se llamaba El Callejón. Y no tenía salida.
2 comentarios:
Nítido; y créame señorita, no molesta quedar atrapado en semejante bar.
Saludos varios que incluyen besos.
a mi parecer son esos lugares desinhibidos los que le ponen condimento a la vida.
:-)
Publicar un comentario