Una hebra de lana parte desde mi pie izquierdo, gira alrededor de mis piernas, cubre mis rodillas y muslos, abraza con firmeza mi pubis, rodea mis nalgas, sube por mi cintura, cosquillea mi ombligo, se enrolla lentamente en mis costillas, raspa mis doloridos pezones, se asoma por debajo de mi axila izquierda, baja por mi brazo, inmoviliza mi codo, llega hasta mi mano siniestra, amarra cada uno de mis dedos, que tratan de huir, hacia mi cabeza, rascando mi cabeza. La hebra de lana aprovecha la ocasión y se confunde con mi pelo, amarra mis ojos, nariz, oreja, boca, aparece y desaparece entre mis dientes, baja por mi mentón, cubre completamente mi cuello, tuerce hacia el hombro derecho, baja por el tenso brazo que termina en mi último bastión, mi mano, la que sostiene este lápiz... y luego la dichosa hebra de lana se derrite en sangre negra, cuyos coágulos vienen a dar a este viejo cuaderno, cuaderno que es en sí una promesa, la promesa de que algun día podré liberarme de mis ataduras de lana, que no son ni más ni menos que mis pensamientos interminables y absurdos.
1 comentario:
me gusto mucho tu escrito
La lana era Roja??
jeje
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