1.5.10

Pequeños placeres cotidianos

Cada cierto tiempo, me gusta hacer el ejercicio mental de enlistar mis pequeños placeres que nacen de acciones cotidianas. Excluyo por esta vez el comer, el beber y el amar, porque esos son universales, como necesidades básicas.
Aquí van los que encontré hoy:
1) Acariciar a Mandarina hasta hacerla ronronear tanto que llega a babear. Suele ronronear harto, pero el babeo lo he conseguido como cuatro veces en todos estos años. La amo.
2)En mi actual trabajo, descubrir un libro mal ubicado en una estantería y colocarlo de regreso en su lugar. ¿No puedo ser tan nerd? pues lo soy.
3)Dormir toda la mañana. Bonus track: soñar cosas entretenidas, como los viajes por el tiempo con acción descontrolada al estilo road movie.
4)Sentir olor a limpio. Lamentablemente, para hacerlo debo pasar la inevitable etapa previa: sacarme la mugre haciendo aseo. (jaja, sacarme la mugre, buena)
5)Abrir un libro nuevo y sentir la textura del papel en los dedos. Y el olor a recién impreso. Maravilloso.
6)Descubrir una canción bacán que nadie conoce. (Su contraparte, oír después esa misma canción en algun aviso comercial)
7)Hacer un regalo inesperado y que la persona que recibe el regalo quede feliz. Se siente genial.
8)La primera llamada recibida cuando tengo un teléfono nuevo. Uno se demora en contestar porque se queda un ratito escuchando el ringtone.
9)Cuando alguien se apoya en mis hombros y me hace un pequeño masaje... me derrite.
10)Ver un atardecer rojo, bien rojo, es como el corolario perfecto para un día imperfecto.
¿Y cuales son los suyos?

yo quiero adelgazar, y ser igual que una sirena

Nunca me dí cuenta de el momento exacto en que comencé a ser una gordita. Sí recuerdo, que pese a lo extremadamente flaca que era, siempre tuve mentalidad rellenita: la pasión por el comer. Y no necesariamente por comer exquisiteces, mas bien todo lo contrario, mis vicios alimenticios incluyen el pan, los chocolates, las papas fritas y las pizzas. Lo maravilloso es que aunque me comiera cuatro panes a la hora de once, era flaca, bien flacuchenta en realidad. Comía descomunalmente, pero tenía el superpoder de no engordar. De pronto, el año pasado, y sin que me diera mucha cuenta, eso cambió... ¡en estos doce últimos meses he subido trece kilos! He conocido el pequeño drama cotidiano de que toda la ropa te quede chica y no tengas que ponerte. Y la peor parte, el sentirme gorda (mas bien dicho, "guatona") y tratar infructuosamente de adelgazar. Me he dado cuenta de que cada día tengo menos fuerza de voluntad. Me digo, "hoy no comeré pan", pero en la noche voy y me compro una porción de $2500 de papas fritas (el señor de las papas fritas ya me conoce y por hacerse el galán me da las porciones "con cariño" haciéndome de ese modo un "flaco" favor). (paradoja). Otro punto es el tema de mi poca afición a la cocina (en buen chileno: me caaaaarga cocinar). Cuando vives solo y nadie te prepara la comida, la opción es comer pan, pan y más pan, y muy de vez en cuando, hacerte unos fideos con huevo (fail).
Pienso por otra parte que llevar dos años tomando pastillas para la mente también ha influido en esta tendencia a la inflación (de mi panza)... pero eso suena a excusa barata. Por allí me han dicho que es la edad, que pasando los treinta el metabolismo cambia, y la cacha de la espada. No sé. Yo creo que es lisa y llanamente mi mala conducta alimentaria, pasarme hasta las seis de la tarde sin comer nada y despues atosigarme con carbohidratos. El hecho de no hacer ejercicio. La cantidad insalubre de horas que paso pegada a internet. Y etcétera etcétera. Finalmente trato de consolarme diciéndome que si algún día alguien se fija en mi, tendrá que quererme tal cual soy: una megagordis en potencia. Pero que al menos nunca se teñirá de rubio.