29.2.08

Pasajera nn (parte 3)

El viento parece canturrear mientras acaricia los costados del bus, y yo desearía algo así, pero... ¿de qué sirve desear cosas vanas?
Ya no me llega el sol; un cerro más grande que los demás sorpresivamente envuelve el camino en sombras. Pasa un auto en sentido contrario, es muy de día y lleva las luces encendidas. El siguiente y el subsiguiente auto tambien llevan las luces encendidas. Imagino por tanto, que este bus también las lleva, y me invade una sensación de absurdo desamparo.
Todos los cerros iguales, todos los autos iguales, todos los buses iguales, todos los pasajeros iguales. Todos los letreros camineros iguales: nada sucede en ninguna parte. Salvo los molinos de viento que quedaron atrás hace muchos kilómetros, girando sin pausa, día y noche, noche y día, sin que nadie los vea y se sienta tan conmovido como yo me sentí. Parte del juego del absurdo.
Nos detenemos. Es un peaje. Volteo para mirar a los demás pasajeros. Los señores a mi izquierda roncan. Esta vez ni siquiera despertaron con los gemidos de la segunda escena erótica de la película. Bien por ellos, porque la escena en cuestión sólo duró unos cuantos segundos. A mi derecha una anciana que duerme como un ángel: con la boca abierta. No sé quién me ha dicho que los ángeles duermen de ese modo, pero tengo la certeza de que así debe ser.
La gente que viene más atrás duerme, o parece atontada; una chica habla por teléfono y eso me recuerda que debería apagar mi celular o sencillamente lanzarlo por la ventanilla para que quede abandonado como una carroña en la carretera. No lo haré. No suelo hacer lo que debería.
(...continuará)